jueves, 26 de agosto de 2010

Pantalla Pinamar 2010 (Primera Parte)

Desde Argentina, nuestros colaboradores Silvia Romero y Fabián Sancho nos hacen llegan, en dos partes y en exclusiva para el blog de Godard!, una extensa cobertura del festival Pantalla Pinamar, encuentro cinematográfico argentino-europeo.

Por Silvia G. Romero - Corresponsal desde Argentina para Godard!

En su sexta edición, Pantalla Pinamar presentó en su grilla de programación, distintas producciones nacionales e internacionales de inminente estreno en Argentina. Manteniendo las secciones habituales donde el espectador tiene la oportunidad de encontrarse con un cine de alto valor estético, se sumaron apartados especiales de interés que honraron al cine armenio y al griego, respectivamente.

El apoyo de delegaciones a tan importante propuesta pone de manifiesto el interés que el público tiene de conocer nuevas cinematografías, sin olvidar la recuperación de importantes clásicos de la pantalla grande. Apoyado por el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), cabe señalar que el valor de este festival reside en la excelente oferta de títulos locales y extranjeros y el creciente interés que despierta la presencia de directores y actores vinculados a la industria, que aportan en las conferencias programadas, una visión diferente sobre la dinámica de los films donde participan. Sin dudas, un acierto de su director general, Carlos Morelli; de la producción ejecutiva, a cargo de Gabriela Morelli y del coordinador de programación, Luis Vainikoff.

Informe: "Panorama Europeo - La gratificación esperada"


Singularidades de una Chica Rubia, adaptación de un cuento de Eca de Queiroz, es el último trabajo de Manoel de Oliveira. Con 101 años de edad, el prolífico director expresa a través de las imágenes minimalistas de su obra, una inquebrantable decisión de mantener su impronta creativa fuera del mainstream europeo. En una entrevista reciente, aseguró que 'el hombre depende de sus circunstancias', una definición que describe a la perfección el personaje de Macario. La historia de un joven enamorado de su enigmática vecina, puede resultar anacrónica en tiempos de búsquedas formales menos ortodoxas. Pero, fiel a su estilo personal, Oliveira logra cautivar con una puesta en escena austera; ricos intertextos literarios y la recuperación de prácticas olvidadas, como el uso de una pantalla china o el encuentro en una velada poética. Quien disfrutó con Belle Toujours, no saldrá desilusionado. En ambos casos, la evocación de la pérdida sirve para emancipar al puro de corazón.

Y si de nobleza se trata, Martin Provost logra conmover con Séraphine, un film ganador de siete premios "César" que alude a la prestigiosa pintora de origen humilde descubierta por el coleccionista de arte Wilhelm Uhde. Con delicadeza no exenta de dolor, el film detalla el curioso vínculo que mantienen el mecenas y su fiel doméstica, con breves referencias a la situación social de la época. Los ricos fundidos y los detalles escénicos de la disparidad de clases familiarizan al espectador con la obra de una artista que trabajó sus cuadros con aire naif y procedimientos técnicos ingeniosos producto de su doble condición de sirvienta y ferviente cristiana. Evocando en el tono ascético a Thérèse y aludiendo a la complicidad de Vincent and Theo, la historia explora matices temáticos como si se manejara una paleta de colores. La exultante beatitud del personaje convive con los raptos de desesperación y locura que le impiden cumplir con los designios divinos. Un rol hecho a medida de Yolande Moreau que logra transmitir, magistralmente, la errática conducta de una mujer incomprendida por ricos y pobres.

Reflexionando sobre su condición aristocrática y un vehemente catolicismo, el escritor británico Evelyn Waugh trasladó su preocupación por la vida disipada de comienzos del siglo XX en sus novelas. Empleando una prosa mordaz y satírica, es atesorado en el mundo literario por obras del calibre de "Decline and Fall"; "Vile Bodies" o "Scoop".

Pero, la transposición más efectiva pertenece al ámbito televisivo. En 1981, “Regreso a la Mansión Brideshead” marcó un hito en la audiencia de ese momento. Con un reparto que incluía a Jeremy Irons en el papel de Charles Ryder, los fanáticos del envío siguieron con interés (como si se tratara de "Dinastía") el apogeo de una familia que nada tenía que envidiarle a The Magnificent Ambersons. Casi tres décadas después, Julian Harrold decide llevar al cine las tribulaciones de los hermanos Flyte. Contando con la venia de la familia del autor, uno de los retos autoimpuestos fue condensar una miniserie aclamada en 133 minutos. El resultado es alentador, teniendo en cuenta la dificultad de lidiar con el éxito de su predecesor. Magnífica fotografía y nuevas promesas actorales son los puntos fuertes de la puesta. Para no desaprovechar a Emma Thompson, el eje narrativo hace foco en Lady Marchmain, pero no descuida al trío de jóvenes burgueses sofisticados y mundanos. Surgen inmediatas comparaciones con Grupo de Familia; El Gran Gatsby; El Cielo Protector o la más reciente Los soñadores, donde la vida disipada y las veleidades de los pudientes son un tópico común. Pero, quien no desee ahondar en este tipo de paralelismos, puede arriesgarse con las luces y sombras de una mansión singular. Incluso, aparece el osito de peluche de Sebastian: todo un símbolo generacional.

Al igual que Harrold y fiel a la rebeldía de los comienzos de su carrera, Alex Van Warmerdam escenifica la avaricia y sus consecuencias en Los Últimos Días de Emma Blank. Ya en Abel, su ópera prima consagratoria, proponía una mirada oblicua de la familia convencional, similar a la de Michael Haneke en El Séptimo Continente o El Video de Benny. Afecto a llevar al límite las curiosas patologías de sus personajes, en este caso elige como epicentro de la acción a una caprichosa mujer que maltrata a sus seres queridos. Obligándolos a juegos innobles, la tiranía de Emma tiene un motivo: desenmascarar la vileza de sus familiares. En palabras del realizador, la carencia total de compasión es el tema central de su film. Y, no cabe duda, que transmite esta situación asfixiante con un humor ciertamente negro. En cierto sentido, evoca a Enrico IV de Marco Bellocchio (adaptación de Luigi Pirandello donde Marcello Mastroianni tiene a maltraer a su estirpe) o la Coronación de Sergio Olhovich donde Doña Elisa se ensaña en su nieto. Pero, el sello personal de Van Warmerdam es inconfundible. Generalmente, sienta en derredor de una mesa a sus oscuras criaturas para examinarlos en sus mínimos detalles. Una operación tragicómica que se puede observar en "Ober" o "Grimm".

En la vereda opuesta, Athanasia se propone como un aparente relato costumbrista de la región de los Cárpatos. Pero, luego, se vale de mitos ancestrales para examinar los tabúes y las imposiciones de casta del lugar. Una joven busca sus orígenes y vuelve a la tierra de su madre: una isla mediterránea donde vive su verdadero progenitor. En retrospectiva, los sucesos que rodean el secreto de su nacimiento implican una ruptura con el orden natural de las cosas: dos hermanas comparten el mismo hombre a pesar de una de ellas. Así, el realizador Panos Karkanevatos descubre el velo arbitrario que ejercían los padres de familia en detrimento de sus hijas. La penuria de una joven desterrada por la voluntad de terceros contradice los bellos paisajes griegos que, para muchos, pueden representar una tierra de promisión. Hay una velada lectura de la emancipación de la mujer y una defensa del presente ante un pasado indolente y sacrificial. Ultrajada por sus pares cuando está por parir y cercenada en sus derechos básicos, Athanasia sobrevive a lo indecible. No en vano, la elección del nombre alude a la inmortalidad y la libertad de espíritu.


En paralelo, la imagen de Isabelle Carré ante un mar revuelto y con su embarazo a cuestas, grafica la obsesión de Francois Ozon por el tema. Plena e intensa, El Refugio es una película sobre el hecho de procrear y las consecuencias de esta decisión. Los que atesoramos su filmografía, sabemos que son gratificantes los giros inesperados de sus relatos. Por ejemplo: su reelectura de los cuentos infantiles en Los Amantes Criminales; el desasosiego de Charlotte Rampling en Bajo la Arena; la dolorosa provocación de Tiempo de Vivir o el simpático bebé alado de Ricky. Aquí, una pareja es víctima de las drogas y los excesos presagian un mal final para el joven. De frente a la vida, Mousse sigue adelante con su gravidez, sabiendo que malos vientos soplan para ella. Ozon sostiene que en esta sociedad, 'dar a luz' es un acto idealizado y que ha querido colapsar este concepto. El resultado es un film bello y desesperado, hecho en base a pequeños actos catárticos, no exentos de dolor e impotencia. Pero, el intento de trascender la pérdida del ser amado, bien vale la pena.

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