martes, 13 de octubre de 2009

Lo Mejor de Godard! N° 21: Día 2

Crítica: Julien Donkey-Boy

Nadie que se precie de ser honesto –sinceramente hablando- puede no estar loco. Korine, ese joven y escuálido director, construye este film como una alegoría a la honestidad registrando visualmente escenas cotidianas, y no tanto, en el perfil del protagonista de Julien Donkey-Boy (1980). Si Hamlet alguna vez se planteó su duda ontológica desde la locura creíble, Julien no se hace problemas; es honesto a costa de todo o a pesar de todo, to be at all, que además de ser un "loco buena gente" sufre un leve retardo mental. Tiene el perfil ideal, físico incluso, del retardado que actúa con una belleza y naturalidad mientras un hilo de baba invade la pantalla.


La honestidad sólo puede ser admitida desde quien no tiene complejos para aceptarse, sin que los demás lo vean así necesariamente, tal como es. Julien es el hijo retardado de un padre castrante (interpretado magistralmente por Werner Herzog) que lo humilla constantemente cuando recita su poema -"Día caos, noche caos, vida caos, noche caos..."- y obliga a flagelarse cuando reta a su padre a saber quién es el idiota. Tiene una hermana que hace patinaje sobre hielo, que no habla, toca el arpa y está embarazada. Tiene un hermano obsesionado con ser un campeón de lucha que entrena sobre las escaleras de su casa y es humillado constantemente por su padre tratándolo como un cobarde. Nadie en esta casa está en sus cuatro cabales, nadie tampoco renuncia a ser quién es. Nadie deje de asumir el rol que le corresponde.

La vitalidad y credibilidad de la película de personajes tan disímiles y raros radica en la forma en que Korine los filma, desde el registro de cámara en mano en escenas cotidianas hasta las tomas más académicas grabadas con una belleza impecable (la hermana caminando por un trigal con una luz fortísma en la que sus rulos se entremezclan con el paisaje, el padre bailando una extraña polca con un máscara antigas, la saturación de colores de la escena final de la bailarina, entre otras). Esa extraña dualidad de cotidianidad y belleza pictórica, el intercambio secuencial y la edición impactante de este film genera en el espectador, frente a escenas patéticas y absurdas, una simbiosis de belleza que no deja de sorprendernos y enternecernos. En los diálogos sin sentido de Julien, en las canciones que entona, en los guiños irónicos que produce a esta sociedad rutinaria, radica la belleza, ternura y honestidad de Julien Donkey-Boy. Porque "berdad es velleza". (Jorge Castillo)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no hay duda de que no tengo tanto cerebro para escribir.

Camilo Chichizola dijo...

Muy buena critica, hermosa pelicula